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miércoles, junio 07, 2006

El Negro en París (Chale Brother, ya se puso pero bieeen rudo)

Así, llegó el esperado sábado 27 de mayo en que los seleccionados nacionales de México y Francia se verían las caras en el Stade de France. Nervioso, Lavolpe fumaba cigarrillo tras...

No, no inventen, eso ya parece narración del gordo Faitelson. Pero sí, se llegó el día. Mario se puso su playera de la selección y fuimos al Grande Arche de la Defence, Les Invalides (donde está enterrado Don Napo) y al Petit Palais. Ambos lugares me impresionaron, pero la verdad es que toda nuestra atención estaba puesta en el partido de la noche.


Les Invalides


Regresamos a Houille para completar el grupo que asistió al estadio:

Abigaíl, una habitante de la casa de Houille, que está estudiando francés.
Tania, una amabílisima persona y esposa de
Miguel, hijo de Angelita, la dueña de la casa.
José Luis, un amigo de Mario que está haciendo una maestría en fuTurismo.
Mario, el Máster, quien por supuesto era el que me había invitado.
Y yo mero, sin playera oficial de la selección, pero envuelto en mi bandera.

Hay que señalar un par de detalles adicionales:

- Tania y Miguel sólo me habían visto por corto tiempo y estaban segurísimos de que yo era una buena persona.
- Durante los días anteriores, nos habíamos encontrado con algunos grupos de mexicanos. Lo más botana fue cuando unos querían tomar el elevador en la estación de St. Michel y Mario les dijo: "Caminen no sean huevones!". Como buenos mexicanos nos hicieron caso, aunque a media escalera nos gritaron: "Primero se saluda, güeyes!"

Total, abordamos el tren y nos lanzamos al estadio. Cuando llegamos a la estación en cuestión, los vagones rebosaban con el verde y la algarabía del florido lenguaje de México. Al salir por las rampas, nos empezamos a emocionar.

"Uleeeeeeeeeros", "Uleeeeeeeeeeeeeeeeeros", "ULEEEEEEEEEEEEEEEEEEROS"

era el grito que se propagaba en la estación. La Gendarmerie sólo nos miraba y sonreía. Un francés perdido enarboló su bandera y gritó: Allez les blue!, ganándose un saludo de la porra y una buena rechifla. Parecía por un momento que los mexicanos eran mayoría y entonces salimos a la explanada.

Nos recibió una auténtica marea azul y el verde se diluyó ahí. El feliz grito de los vendedores de hule se acabó y nos calmamos a ver a tanto francés. Cuando llegamos a nuestros lugares, nos dimos cuenta que los franceses nos superaban en una proporción de 8 a 2, fácilmente. Para colmo, estábamos todos dispersos por el estadio. Aún así, cantamos el himno con emoción, como si estuviéramos de nuevo en el servicio militar. Hay que reconocer que los franceses se mostraron muy respetuosos. Estábamos bien emocionados cuando comenzaron las notas de La Marsellesa y el Stade de France vibró. "Allons enfants de la patrie [...] aux armes citoyens [...]" y etc. La verdad si se impusieron los condenados galos.


Los hicnos


Y comenzó el partido. Todos los que lo vieron estarán de acuerdo en que fue bastante malo, pero eso no fue limitante para que nosotros no echáramos nuestro desmadre. Tania y Miguel, como dije antes, no me habían visto en plan de vándalo futbolero y se sorprendieron de mi lenguaje tan soez. Algunas joyas extraídas de nuestros gritos:

"¡¡Alza la cara pinche Guille hijo de la chingada!! ¿que nada más ves de un lado, cabrón" (mía)
"¡¡Chuta, puta madre!!" (José Luis)
"¡¡Eres el único Oswaldo, los demás valen madre!!" (Mario)

Unos niños franceses estoy segurísimo que entendían la palabra puta, porque hasta se sonrojaban al vernos gritar. Otro niño más le preguntó a su papá porqué le gritábamos México si nuestro país se llama Mexique, como todo mundo sabe. Al termino del partido y con la llegada de otra más de las gloriosas derrotas, la frustración se veía en nuestras caras y Abigaíl, José Luis, Mario y yo nos fuimos a llorar a París. Tania y Miguel se regresaron a Houille, supongo que un tanto espantados de nuestro florido lenguaje y no queriéndonos ver tomados.

Acábamos cerca de la Bastilla, en un bar de cuyo nombre no puedo acordarme. Lo cierto es que estaba bastante agradable y yo ahogué mis penas con una cerveza Leffe. Luego siguieron San Miguel, Kronenberg 1664 y creo que hasta Corona. Al final estábamos en un bar que creo que se llamaba o tenía una iguana y tomamos mojitos de a 10 euros cada uno (todavía no me llega el estado de cuenta de mi tarjeta de crédito). Para entonces ya cualquier frustración estaba olvidada y hasta una rosa de servilleta le regalamos a la mesera (sí, regalos de borrachos, lo sé). La plática derivó hacia temas tan escabrosos tales como si a las mujeres les importa si los hombres traemos las manos limpias. Según Abigaíl, eso es básico.

Total, salimos de ahí como a las 4:30 y empezamos a ver cómo regresar. Nos acerquemos a Chatelet a buscar el autobús, convenientemente llamado el noctilien. Para entonces París nos estaba mostrando su peor cara. Bandas de blancos, negros e hindúes rondaban el área para ver que males hacían. Se veía gente tomada, drogada y demás cosas raras. Una chava se subió a un autobús y mientras esperaba que se fuera, unos tipos se pegaron a la ventana y le gritaron mientras golpeaban el vidrio.

Abigaíl de inmediato se puso entre los José Luis, Mario y yo. Me empujó discretamente hacia adelante y me dijo: "Lo bueno es que estás grandote". Yo le sonreí mientras pensaba: "¿Y por estar grandote me vas a aventar contra los negrotes esos? Chalee..."

Finalmente llegó nuestro autobús y nos subimos. Mario y José Luis se iban durmiendo, pero Abigaíl seguimos despiertos. En eso, se armaron los golpes a medio autobús, cuando ya íbamos por los Campos Elíseos. Yo no entendí bien qué pasó, pero un changuete le pegó a una chava, lo que originó que su acompañante (de la chava) le contestara el golpe. Parecía que iba a armar la campal y Abigaíl otra vez se refugió detrás de mí. Yo nada más estaba checando a los rijosos para decidir entre la apasionada entrega y la graciosa huida. Finalmente se calmaron y no pasó a mayores.

Cuando llegamos a Houille ya había amanecido. Alguien preguntó la hora y entonces cantó un gallo. Lo juro. Como a las 6:30 de la mañana, por fin llegamos a la casa. Como pudimos nos arrastramos a nuestros respectivos cuartos y tratamos de dormir. Creo que desperté como a las 2 de la tarde y eso porque me despertó el hambre.

No se pierda mañana el desenlace de esta negroaventura en París, donde daré mis impresiones sobre el lado obscuro de la Ciudad Luz.

Darth Tradd
Grosvenor Street
Manchester, UK

5 Comments:

Blogger Jack Maybrick said...

Si ya te decía yo que viajar ilustra. Así se caen los mitos de que todos los europeos son cultos y civilizados...

Por cierto, el bar de cuyo nombre no puedes acordarte ¿No sería La Ballena Alegre? ("La Baleine Heureuse")?

6:16 p.m.  
Blogger Darth Tradd said...

No, Jack, el nombre era otro. No me acuerdo cuál, pero estoy seguro que no era La Ballena Alegre.

Y sí, vaya que viajar ilustra. Esta estancia en Europa está superando mis expectativas por mucho.

4:54 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

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